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Últimamente suelo escuchar mucho hablar sobre hiperpaternidad, haciendo referencia a algo parecido a la sobreprotección de los hijos. Y no sé si es que nos gusta mucho cambiar de nombre a las cosas o es que realmente se está convirtiendo en un fenómeno con la suficiente presencia social como para ser digno de llevar nombre propio.

Me inclino más por lo segundo, la hiperpaternidad es un estilo de comportamiento de los padres hacia los hijos que les lleva por un lado a ser exigentes y perfeccionistas en su educación y por otro lado tiende a la sobreprotección.  De manera que los padres, cargados de buena intención, se ven a sí mismos convertidos en secretarias que llevan la agenda de sus hijos, chóferes que los llevan de una actividad a otra, profesores de apoyo con los deberes en casa, entrenadores deportivos, etc.

Este modelo de hiperpaternidad, “padres helicópteros” o “padres drones” como se está denominando, conlleva no solo la sobreprotección que estamos ya acostumbrados a ver (véase a la madre que persigue a su hijito por el parque, bocadillo en mano, rogándole a la criatura que le dé un bocadito). Sino también un nivel de exigencia alto para con los niños, en el sentido de querer que los menores sean buenos y perfectos en todo y no fallen ni pierdan el tiempo. De ahí su agenda sobrecargada de actividades cual ejecutivos,  la necesidad perenne de apoyo de los mayores y la supervisión constante. Este exceso de control sobre la vida de los hijos resulta a la vez agotador y estresante para los padres.

A veces, por llenar un vacío en sus vidas, a veces por un superlativo sentido de la responsabilidad hacia los hijos (nadie dijo que ser padres fuera tarea fácil), el caso es que con estas conductas, como cargar con sus mochilas para ir al colegio, no les hacemos ningún favor a los niños. Algunos apuntan que el “culpable” de este estilo educativo es el Miedo. Miedo a equivocarnos, a fracasar como padres, a que ellos fracasen cuando sean adultos, miedo a que puedan sentir frustración. E incluso, miedo a las consecuencias de que no sepan gestionar esa frustración.Y eso les lleva a centrar toda su energía en preparar a los hijos para la vida adulta a base de sobreestimulación, perfeccionismo y por qué no reconocerlo a veces también a hacer las cosas en su lugar.

¿Qué consecuencias puede tener para los niños la hiperpaternidad?

Si lo que queremos es que nuestros hijos sean felices y se conviertan en adultos responsables y preparados, la hiperpaternidad no es el mejor camino.
Si no permitimos que nuestros hijos se equivoquen, cometan sus propios errores, “pierdan” su tiempo, resolviéndoles todo lo que esté en nuestra mano y allanándoles el camino, lo que obtendremos serán niños inseguros, faltos de autoestima, con el mismo miedo que nosotros a equivocarse.

Debemos trasmitirle confianza, permitirles que tomen la iniciativa, que actúen sin la supervisión de sus padres, que cometan errores y tenga la oportunidad de corregirlos por sí mismos. Los padres somos sus guías, les acompañamos en el camino, no lo andamos por ellos.

Les mostramos la importancia de la responsabilidad cuando dejamos que se ocupen de sus propias cosas. Les enseñamos la satisfacción cuando hacemos que la experimenten a través del trabajo y el esfuerzo, no haciéndolo nosotros por ellos. Debemos mostramos afectuosos con ellos para que perciban que somos su apoyo en el día a día, no sus jueces ni tampoco sus criados.

 

Elisa López

10 en Conducta
Psicóloga Infantil Málaga

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