Cuántas veces habremos oído o incluso dicho una frase del tipo “es que no me hace ni caso…” “es como si oyera llover…” refiriéndonos a nuestros hijos. Y es que una de las cosas que más preocupan a los padres o por qué no decirlo que más sacan de quicio es la desobediencia, que le pidamos algo a un niño y que no lo haga.
Si en vez de un niño fuese un adulto al que le pedimos algo y no lo hace, seguro que en lugar de enfadarnos con él, pensaríamos el motivo por que no nos hace caso. Analizaríamos la situación y posiblemente nos preguntaríamos ¿Me ha escuchado? ¿Se lo habré pedido bien? ¿Quizás me ha escuchado y no puede hacer lo que le pido en este momento? Pero si se trata de nuestra hija o hijo, queremos una respuesta inmediata. Creo que si lo pensamos detenidamente, ninguno queremos educar a nuestros hijos en una obediencia ciega, en un “lo hago porque me lo piden y punto”. Es mucho más sensato en lugar de ofuscarnos en buscar la bendita obediencia, pararnos a pensar qué es lo que queremos enseñarles. Cada cosa que queremos que haga o no haga, tiene un motivo, una razón, y eso es lo que le debemos trasmitir al niño.
No sería sano para el desarrollo del niño ni para la convivencia familiar transmitir a los hijos el “aquí se hacen así las cosas porque lo digo yo”, en lugar de dialogar, consensuar las normas y explicar los beneficios de hacer las cosas de una determinada manera.
Los adultos somos los responsables de enseñar a los pequeños lo que pueden y lo que no pueden hacer. Una de nuestras labores es ponerles límites y normas que contribuyan a su desarrollo como personas y a su bienestar. No es tan importante la obediencia como valor supremo, sino la aceptación de normas que les ayuden además a vivir en sociedad.
¿Cómo hago para que cumpla esas normas?
- De nuevo, uno de los consejos de siempre, dar ejemplo y es que es algo primordial en la educación de toda persona. De nada sirve que le digamos que no se debe gritar si nosotros gritamos o que no está bien utilizar la violencia, si cuando los mayores nos enfadamos insultamos y damos golpes en la mesa, por ejemplo.
- Las normas que establezcamos han de ser normas claras, concisas y sobre todo: explicadas.
- Fijarnos en lo que hace bien y reforzárselo. A menudo tendemos a fijarnos sólo en las conductas que no nos gustan, y lo que hace bien pasa desapercibido. ¿Cómo? Diciéndole exactamente qué es lo que ha hecho bien. Cambiar “muy bien, campeón” por “has recogido todos los juguetes muy bien” o “me encanta lo bien que te has vestido tú sola”.
- El tener una rutina bien establecida ayuda a evitar situaciones de desobediencia, de manera que si tiene un horario fijado para sus actividades, las comidas, sueño (en esto haré más hincapié, pues es fundamental que el niño tenga las horas de descanso necesarias para su edad), etc. nos será más fácil que haga lo que queremos que haga.
- Comunica tus propios sentimientos, explícale cómo te afectan sus conductas. Esto es importante no sólo a la hora de esperar que nuestro hijo se comporte como queremos que lo haga, sino además para enseñarle de paso, algo de empatía. Decirle, por ejemplo “estoy cansada de recoger juguetes de la habitación”.
Recordemos siempre que lo que buscamos, más allá de la obediencia, es que nuestro hijo crezca sano y feliz; las normas, rutinas y el buen ejemplo y respeto de sus padres ayudan a lograr este objetivo.
Elisa López
10 en Conducta
Psicóloga Infantil Málaga
Magnífico artículo.
Espero que tenga muchos lectores.
Adelante!