El niño que no come, come mal o no como nos gustaría
A veces me encuentro con padres que me cuenta que su hijo no come, come mal o no como a ellos les gustaría. El sólo hecho de tocar del tema de la comida hace que se pongan tensos o lancen un suspiro. Y es que, para algunos padres cuyos hijos no comen demasiado, hablar de la comida de los peques es un tema delicado. No siendo en ocasiones el principal motivo de consulta en Psicología Infantil, es un problema que convive frecuentemente con otros que suelen resultar más molestos o más dignos de intervención, según me relatan.
En ocasiones se percibe como una suerte de lotería “me ha tocado un niño que no come bien” o “mal-comedor”, como algo irremediable ante lo que resignarse. La verdad es que lidiar cada día con un niño que no come (o que no lo hace como a nosotros nos gustaría) es una de las cosas que más crispa a los padres. Sabemos de la importancia de una buena alimentación en la infancia, nos bombardean con mensajes sobre dieta equilibrada. Pero a la vez, recibimos publicidad por doquier de productos poco saludables, aunque apetecibles, con lo que hay que convivir.
Como punto de partida, empezaremos con las recomendaciones más generales. Teniendo en cuenta, como decimos siempre, que cada caso es especial y cada persona es un mundo. Aunque algunas recomendaciones suenen a perogrulladas son tan esenciales que no puedo omitirlas en este post.
¿Por dónde empezamos?
La primera premisa, aunque no guste oírla, es bastante clara: NO OBLIGAR A COMER. Obligar a un niño a comer un determinado alimento es la mejor forma de hacer que lo odie. En esto, no sólo los profesionales de la Psicología Infantil sino también pediatras y nutricionistas parecen estar de acuerdo en este tema. Para ejemplos, el que para mí es uno de los mejores libros sobre este tema “Se me hace bola” del nutricionista Julio Basulto que recomiendo encarecidamente.
A hilo de lo anterior, surge la no menos necesaria mención a: Eliminar de casa toda comida superflua (chucherías, batidos, zumos envasados, bollería…) y limitar el acceso a ella de los niños. En caso de que en casa haya galletas o algo similar, el niño debe pedir permiso para cogerlas.
Podemos hacer excepciones sí, pero pocas. Fiestas de cumpleaños, salidas, etc. de manera puntual. Hay que ser realistas, ya que sabemos que no podemos sacar del todo de su vida los dulces y demás comida insana que sabemos que les gusta. Pero el reto está en saber hacer excepciones. Habrá días que sea inevitable que coman esos productos que no nos gustan, pero sí que podremos evitar que esos días sean una mayoría. Tanto si tu hijo come a diario en casa o en el comedor, la comida diaria debe ser saludable. Y dejamos las golosinas y demás cosas (que ya todos sabemos qué se debe y qué no se debe comer asiduamente) para ocasiones especiales.
Los padres debemos entender que nuestro hijo no siempre va a tener la misma hambre, igual que nos pasa a los adultos. Y que a la hora de sentarnos a comer influyen también los gustos del niño. No podemos pretender que le guste todo, ni que disfrute de cualquier sabor.
Evitemos los premios y castigos relacionados con la comida. No tratar la comida como moneda de cambio. Evitar el típico “si no te comes esto… no tendrás esto otro” a la vez que debemos sortear los premios con forma de golosinas (“este chupa-chups por haber sido tan valiente a la hora de la vacuna”). Pues de esa forma podríamos estar haciendo que el niño asocie comida sana con castigo y comida insana con felicidad.
Para que se vayan acostumbrando a texturas diferentes relacionadas con la alimentación, es bueno que los niños manipulen comida, que jueguen con los alimentos, tocarlos, olerlos, morderlos… Aunque al principio no lo ingieran. Puede ser una buena opción que ayuden a cocinar y a preparar la cena, por ejemplo.
Y de nuevo, dar ejemplo. Los niños imitan a los adultos, de eso no cabe duda, así que en la medida en que nosotros comamos bien, ellos comerán mejor.
Las horas de la comida son un suplico ¿Qué hacemos?
Y a la hora de sentarnos a la mesa, ¿qué? ¿Cómo hacemos? Empezamos como siempre por los padres, debemos intentar reducir esa ansiedad que nos produce el hecho de pensar que se acerca la hora del almuerzo o la cena y tenemos por delante una batalla que librar. Esa lucha día tras día, termina minando la paciencia y la fortaleza de los progenitores. Y en ocasiones sucumbimos, a veces por cansancio a veces por evitar la guerra, y terminamos por ofrecer ese alimento que sabemos que no es el mejor, pero se lo come y al menos “ya lleva algo en su estómago”. Seamos firmes, más que con cualquier otro tema, pues requiere una dosis muy alta de entereza y constancia. No sustituyamos una comida por algo menos saludable solo para que no se levante de la mesa sin comer.
- Preséntale raciones de comida pequeñas, adaptadas a su rutina, es decir, a lo que se suele comer el pequeño, no a lo que a nosotros nos gustaría que se comiera. Si quiere más cantidad, podemos ofrecerle otro plato.
- ¿Y la tele? ¿Es buena idea que coma viendo la tele o el iPad? La respuesta es no. Comer mientras ve la TV no es una solución para los problemas de alimentación, el niño debe ser consciente de que está comiendo y qué está comiendo. Hagámosle agradable el rato de la comida de una forma alternativa.
- Comer juntos, en familia, siempre que sea posible. Los niños deben ver que esa comida que les ofrecemos es la misma que tomamos nosotros.
- Procurar no hablar demasiado de comida, ni siquiera durante la comida. Hablamos de cualquier otro tema mientras estamos a la mesa, cómo nos ha ido el día, planes para el día siguiente… El tema es lo de menos, siempre que procuremos que el momento de comer sea un rato agradable.
De este modo podemos desvincular el hecho de sentarse a la mesa con algo desagradable para padres e hijos. La comida debe ser un momento agradable, de disfrute, sin tensiones, castigos o amenazas.
En los problemas de alimentación, como ya hemos mencionado antes, la clave está en la paciencia de los padres. Mantener la calma, saber que no es un tema que podamos resolver en unos cuantos días. Y tener como meta no sólo la buena alimentación de la familia, sino también la felicidad de la misma. Pues la comida además de ser algo necesario para vivir, es también un disfrute para los sentidos.
Elisa López
10 en Conducta
Psicóloga Infantil Málaga