Siempre que hablamos de poner límites o normas a los niños salen a la luz muchas de las preocupaciones e inseguridades más frecuentes en los padres. Y es que estamos muy empeñados en la obediencia, en que nuestros hijos tienen que ser buenos, portarse bien, obedecer a sus padres, cumplir las reglas, etc.
Todo es tan diferente a cuando nosotros éramos niños, la sociedad ha cambiado tanto… Ahora los padres estamos muy implicados en la educación de los nuestros niños. De ahí que nos surjan infinidad de dudas y nos cuestionemos en demasiadas ocasiones si lo estaremos haciendo bien o mal con ellos. Y una de las dudas más comunes en las consultas de Psicología Infantil es ¿me estaré pasando con las normas?, ¿estaré siendo demasiado laxo?, ¿demasiado exigente tal vez?, ¿lo estaré consintiendo en exceso? Y sobre todo ¿cómo hago para que me haga caso sin ser autoritario?
Tenemos diferentes formas de educar
Antes de plantearnos si estamos siendo unos padres autoritarios o permisivos, veamos a groso modo cuál es la diferencia entre los diferentes estilos educativos.
Padres autoritarios: Son padres que se esfuerzan por controlar e influir de forma rígida en el comportamiento de sus hijos, mostrando poca flexibilidad y poca comunicación con ellos. Utilizan medidas de fuerza o castigo para ejercer control.
Padres permisivos: Dan a sus hijos bastante autonomía y libertad, muestran escaso control sobre su conducta tanto positiva como negativa, por lo que no suelen imponer normas ni corregir comportamientos indeseados. Acceden fácilmente a los deseos de los niños.
Padres democráticos: Suelen dirigir la actividad del niño utilizando el razonamiento y la negociación. Están abiertos al diálogo, explican el motivo de las normas y sus consecuencias.
Según los estudios (y el sentido común), un estilo educativo democrático fomenta en los niños mayor autonomía, madurez y competencia. Cosa que no se logra con una disciplina autoritaria, repleta de castigos y restricciones, ni tampoco con sobreprotección y ausencia de límites.
Entonces, desde una forma de educar democrática, ¿cómo conseguimos nuestros objetivos? ¿cómo hacemos padres o madres en lo referente a las normas? Pues queremos que nuestros hijos nos obedezcan, pero a la vez pretendemos que de adultos sean personas con criterio. No queremos que sean marionetas. Nos gustaría que se planteen las cosas antes de obedecer ciegamente, y no se conviertan en empleados sumisos ni parejas dependientes.
Pero, ¿por qué es tan importante establecer límites?
Los límites les dan seguridad, les enseñan cómo funciona el mundo. A veces probarán a ver si esa norma que les hemos marcado es flexible o rígida, y lo harán transgrediéndola. Esa es su forma de descubrir qué ocurre cuando papá o mamá dicen, por ejemplo, no se puede salir a la calle sin zapatos. Y, a pesar de lo que creamos, no nos están retando, están comprobando hasta qué punto esa norma es importante y qué consecuencias tiene el incumplimiento.
Cuando no existen normas o cuando no tenemos claros los límites, lo que obtenemos son hijos con escaso autocontrol y autonomía y poco respeto por las normas y las personas. Nuestro bien-amado hijo puede convertirse en un pequeño tirano.
Cuando existen demasiadas normas o somos demasiado exigentes con su cumplimiento y no le explicamos al menor el porqué de esas normas, corremos el riesgo de que ese exceso de control acabe en problemas emocionales, falta de autoestima, depresión o puede que nuestro hijo reaccione con rebeldía.
La hora de poner límites
Empezar a poner límites o normas empieza por implantar rutinas, desde que son pequeños. Por ejemplo, bañar al bebé siempre a la misma hora, darle de comer en el mismo lugar, acostarlo escuchando la misma canción, etc. Las rutinas les proporcionan calma y bienestar, en el sentido de que les reconforta saber que después de una cosa siempre viene otra. Así se sienten tranquilos al percibir que su mundo está en orden, mientras que la incertidumbre de no saber qué es lo que va a ocurrir les haría sentir intranquilidad.
Además de las rutinas, es necesario que existan normas en casa. Esas normas las iremos ajustando en función de la edad del niño. Conviene recordar que es importante ofrecerles a nuestros hijos una explicación del motivo por el cual puede hacer esto pero no aquello. Así entenderá que no es un antojo de los padres, sino que esa norma tiene una razón de ser.
¿Cómo deben ser esas normas?
Basándonos en un estilo educativo democrático, las normas deben ser, en primer lugar, objetivas. Es decir, normas claras y concretas. Nada de generalizar con frases del tipo “debes portarte bien en casa de los abuelos” cuando se está subiendo al sofá, es mejor decirle “recuerdas que no debemos poner los pies en el sofá”.
A la hora de dejar claro cuál es el límite, hablémosle de una forma tranquila, con un tono de voz calmado. Sin gritos, ni amenazas, pero eso sí, con firmeza. No por hablar más alto nuestro hijo nos va a tomar más en serio. Los gritos no ayudan a entender los límites, sino más bien infunden temor y estrés.
Propongo que en lugar de centrarnos en que el niño obedezca nuestras normas (para hacerlo, podemos leer a cerca de la obediencia), ser más críticos y fijarnos mejor en la norma en sí: Observar la importancia de su cumplimiento y el motivo de su existencia. Saber diferenciar entre un capricho y una necesidad.
Si tenemos claro que la norma que queremos que nuestro hijo cumpla es necesaria, no arbitraria, entonces debemos ser consistentes con ella. Con esto quiero decir, que no vale que unas veces haya que cumplirla y otras no. Si, por ejemplo, para viajar en coche siempre nos ponemos el cinturón de seguridad, tendremos que comprobar esta norma. Mirar que cada vez que subimos con nuestros hijos a un coche se cumple esta regla. No pasarla por alto en determinadas ocasiones como por ejemplo en trayectos cortos.
No nos pasemos con las normas
Igual de importante cuando buscamos que nuestros hijos tengan claros los límites que les marcamos es no excedernos con ellos. Es decir, poner demasiadas normas no ayuda en absoluto a su cumplimiento. Como todas las cosas en exceso no traen beneficios. Más bien propiciaríamos una oposición a la autoridad al verse el menor coartado de libertad. Es preferible tener pocas normas y que sean claras a tener demasiadas y que no nos sea posible llevarlas a cabo.
Elisa López
10 en Conducta
Psicóloga Infantil Málaga
Merece la pena coger 10 minutos y leer estos consejos…. porque son tantas las veces que nos planteamos si lo estamos haciendo bien o no con nuestros peques … que esto reconforta y nos da seguridad. Gracias !!
Para mi la rutina fundamental, lo que más nos funciona si… pero el ritmo de vida que llevamos con los trabajos de ambos y el estress nos lo pone muy dificil el mantenerla !!